Mucho más acá, en el Mundial de Chile de 1962,
tuvo lugar otro de los sucesos más insólitos que se pueden dar en un campo de
juego. En ese Mundial, la selección no tuvo un buen pasaje. Venía de no
participar en Suecia 1958 y en el grupo que le tocó en Chile no funcionó bien.
Le ganó a Colombia, pero perdió con Yugoeslavia. Le quedaba la chance de batir
a la Unión Soviética para pasar de ronda, pero terminó perdiendo 2 a 1.
En esos años, el reglamento no permitía hacer
cambios de jugadores, ni siquiera si estaban lesionados. A medida que pasaron
los años, las reglas se modificaron hasta llegar a los cambios tácticos de hoy.
En ese año, si un jugador debía abandonar la cancha por lesión, su equipo
quedaba en inferioridad numérica.
Fue un partido duro, ya que ambas escuadras
definían ahí su pasaje a octavos. El que perdía, se iba. Eliseo Álvarez, número
cinco de Nacional de Montevideo, ocupó el puesto de
lateral derecho en sustitución de Pedro Cubilla. A los veinticinco minutos del
primer tiempo, en un choque con Igor Chislenko, se fracturó el tobillo.
Si salía, su equipo iba a quedar con un jugador
menos y, por ese motivo, se resistió a dejar la cancha. Permaneció en el
partido, corriendo casi en una pierna e intentando marcas de esa misma manera,
en la búsqueda de que la celeste no fuera eliminada. En viejos videos en blanco
y negro se lo puede ver corriendo, casi sin apoyar la pierna herida, intentando
marcar a sus rivales. Su sacrificio no alcanzó para lograr el objetivo de seguir
en el Mundial, pero el esfuerzo y el corazón celeste de Álvarez sí alcanzó para
que esos noventa minutos en tierras trasandinas sean recordados para siempre.
Hubo pocos casos de sacrificio tan evidente. Se es grande, tanto en el triunfo
como en la derrota.
Aunque son avatares impensados, estos hechos han
ido alimentando el mito de la garra charrúa, que, como explicó el historiador y
académico Gerardo Caetano, surgió en la década de los años veinte «en
referencia a ganar a la ofensiva, con buen juego, pero siempre sacando lo mejor
de cada futbolista en los momentos más difíciles». A su vez, Alfredo
Etchandy, periodista deportivo, reforzó esta idea al decir que «es ese
plus que dan los uruguayos cuando parece que están vencidos, que ya no pueden
dar más y aparece una fuerza interior que los lleva a seguir luchando, a seguir
adelante y, muchas veces, a conseguir la victoria».
Sin el dramatismo de Eliseo Álvarez, en el
Mundial de Brasil Palito Pereira cayó al suelo marcando al inglés Sterling y
éste le golpeó la cabeza con su rodilla. Puede haber sido casual, pero siendo
Sterling tal vez no lo fuera tanto. Lo cierto fue que Palito quedó inconsciente
y el médico, presuroso, se inclinó sobre él tratando de hacerlo volver en sí.
El jugador estaba desmadejado sobre el césped, por lo que el médico, mientras
lo reincorporaban y lo llevaban hacia un lateral, hizo señas al banco pidiendo
el cambio. En ese momento, Palito tuvo conciencia de lo que pasaba, señaló su
pecho y con el mismo dedo hizo el gesto de negación. No se escuchó lo que dijo,
pero no hacía falta oírlo. Sus labios se movían diciendo. «No, no, yo
no salgo». No permitió que lo reemplazaran y a los pocos minutos estaba
marcando rivales con la solvencia de siempre.